martes, 19 de marzo de 2013

Reseñas de la última sesión del Club de Lectura

            Reseña de la sesión dedicada a EL ALQUIMISTA IMPACIENTE de Lorenzo Silva

            Parece como si el relativismo, esa corriente de pensamiento que ¿aqueja? la actualidad, se hubiera colado también en nuestra tertulia. A cuento principalmente del género narrativo en que encuadrar la obra en cuestión.
            Los asistentes fluctuaron: quién defendió su pertenencia genuina a la novela negra, quién dudaba sobre tal denominación y se inclinó por un tono más gris, como aplicándole una especie de decapado, incluso se podría contemplar el azuloscurocasinegro que da título a cierta película.
            Posiblemente el problema partiera de la consideración misma de novela negra. La lectura de esta obra se había propuesto desde tal postulado. Pero -suele ocurrir- cuando se empieza a matizar, la perspectiva es susceptible de modificación. El debate, aunque lejos de estridencias, estaba servido.
            Veamos: en tanto que el nudo argumental se centra en la resolución de un asesinato con ribetes sórdidos y la actitud del inspector protagonista es de marcar distancias con los hechos, también con la tanda de sospechosos, cabe etiquetarla como novela negra, al menos en principio.
Pero, en cuanto predomina la lentitud en el desarrollo de la acción y el escenario sociológico adquiere particular relevancia, en detrimento de la trama y de la intriga, el pretendido negro queda, como mucho, en marengo.
El contraste de estas posiciones, vía relativismo, se mantuvo hasta el final, si bien en tono sutil y condescendiente.
Aunque no fue la única discrepancia. Un habitual del Club, por asistente interpuesto, transmitió sus dudas sobre la verosimilitud de las reflexiones del sargento Bevilacqua, que apuntarían a una madurez intelectual y humana impropia de una persona de treinta y seis años. Planteamiento que fue cuestionado, primero con la simple fórmula de dar la vuelta a dicha consideración, como a un calcetín: ¿cómo que a esa edad no se ha alcanzado un alto grado de madurez?, teniendo en cuenta además la preparación académica del personaje (licenciado en Psicología). Y segundo, destacando la importancia de su introspección en el desarrollo narrativo, una personalidad analítica que parte de sí mismo para trascender a lo profesional y al mundo que le rodea. Nuevo brote de relativismo.
Precisamente esa realidad social ha polarizado una parte sustanciosa de los comentarios. Los lectores se han empapado de ella, han percibido su proximidad,  mediante la suma de dos recursos aparentemente antagónicos: el cierto distanciamiento con que la observa el protagonista (lejanía) y la narración en primera persona (cercanía).
Claro, posiblemente ahí se encuentre la clave sobre la generalidad de las opiniones vertidas: la trama criminal adolecía de profundización, en beneficio de la temática sociológica, que impregnaba todo el desarrollo del hilo argumental. La conexión de esta ficción novelística con la rabiosa actualidad se hacía insoslayable, tentadora hasta la claudicación.
La sempiterna capacidad de corrupción del dinero, la dialéctica en torno al uso de la energía nuclear, la prostitución y sus perfiles más humanos y tenebrosos y hasta la pervivencia de ciertos tics machistas, todo ello ha pasado por el tamiz de esta novela, desde el visor irónico del narrador (casi podríamos decir del autor, porque no parece actitud exclusiva del protagonista). Así lo han apreciado los asistentes.
También se agregó un aspecto no menos inquietante: la doble personalidad, doble cara, identidad reversible, de los personajes de esta ficción y, por extensión, del ser humano real. Pues, aunque se focaliza en Trinidad Soler, muy pocos personajes escapan a este criterio. Si acaso, la Guardia Civil en su conjunto (el autor ha recibido el correspondiente reconocimiento de esta institución) y Luis Dávila, el responsable, responsable, de la central nuclear.
Y para el final, el título. ¿Cómo? Sí, para el final. Ya lo apuntó un contertulio: leída la novela, la justificación y explicación del título se encuentra en el lapidario inicial, que describe el proceso de alquimia. Unos materiales se funden con otros, las historias de los personajes se funden entre sí, de cada cual consigo mismo y entre ellos, así como las aristas de la condición humana y del entorno social. El proceso es lento, de ahí la supuesta impaciencia en alcanzar su culminación, tanto de la investigación como de los lectores.
Incluso se añadió otra forma de alquimia: la novela, premiada con el Nadal en el 2000, parece una premonición sobre la reciente y turbulenta coyuntura sociopolítica (2013). El paralelismo con situaciones, actitudes y personas de la vida pública no puede ser más turbador.
Seguramente la fragua alquimista no anda muy alejada del relativismo que ¿aqueja? la actualidad. Descifrarlo, cuestión de paciencia.

Ricardo Santofimia Muñoz.