Tratándose de
comentar una novela policiaca, aun a riesgo de caer en el tópico recurrente, la
sesión discurrió en formato puzle, como si se mimetizara con la investigación de
un crimen.
Las primeras
intervenciones ya sonaban a una forma de justificación cercana a la
indulgencia: autor joven, de algún modo representante de la nueva novela negra,
muy leído y, sobre todo, traducido. El mérito trascendente.
Se añadió que
los personajes quedaban en general bien definidos, reconocibles, y además algo
así como pertinentes en este género narrativo.
Para llegar al
botón de la muestra: la pareja de policías protagonista (uno más que otro,
claro; según el canon de contrarios, distintos, enfrentados o complementarios
al que la tradición literaria es tan proclive, amén de eficaz). Gallego versus
aragonés. Personalidades contrapuestas por elevación genérica, se interpreta
que para marcar distancias entre el carácter pausado y analítico del policía
“jefe” (gallego) y el extremadamente impulsivo y hasta agresivo del ayudante-chófer
(aragonés). Si el autor hubiera nacido en Teruel, por ejemplo, y no en Vigo…
No obstante,
resultó que se trataba de una aproximación inicial. Pronto se incorporaron
comentarios que apuntaban a la consideración de novela entretenida, sí, de
fácil lectura, sí, con dotes de ingenio, sí, pero floja en cuanto a la
estructura de la trama. Y aquí una primera derrama de argumentos:
· La base de la investigación se centra en la intuición del policía
protagonista, hasta el punto de que los lectores -al menos los de este Club- no
resuelven la autoría del crimen mediante el desarrollo de los acontecimientos
(como ocurre en la mejor y más consagrada literatura del género), sino a través
de las elucubraciones del policía.
· Se adivina pronto quién no es el asesino, a pesar de las
pistas vertidas en el hilo narrativo.
¿Pasión?, ¿venganza?...
Domingo Villar |
· Conceptualmente hablando, no se aportan datos suficientes, además
de sólidos, para motivar la decisión y consumación del asesinato. No, a tenor
de los parámetros psicológicos-sociológicos descritos. La fórmula empleada para
fundamentar el desenlace final se antoja una pirueta, un encaje apresurado del
puzle, un exceso narrativo.
El fallo de la
trama llegó a rubricarse cuando algún contertulio aseguró que salvo las últimas
cuarenta páginas el resto se le hicieron tediosas.
A partir de
aquí la tertulia pareció titubear, ¿no habría ido demasiado lejos en sus
reparos? Y tanteó un cierto reequilibrio.
Nada mejor que
volver al análisis de personajes. Primero, para ponderar el uso de la antítesis
en el diseño de sus personalidades. Aparte de la ya aludida contraposición en
la pareja de policías, los asistentes advirtieron otra quizás más sutil, menos
evidente, más genérica, mujeres frente a hombres. Hay que precisar: los
personajes femeninos coinciden en un perfil de carácter fuerte, valiente, tenaz
(con independencia de la consideración moral que cada cual merezca), frente a
la personalidad medrosa de los hombres -salvemos a los policías, claro-, cuyo
ejemplo más patente y patético lo muestra el tal Freire muerto de miedo en el
barco.
Especial
atención mereció el inspector Leo Caldas (en alguna medida, trasunto del autor,
según se comentó). Con un atractivo inicial, la fama por su protagonismo en un
programa de radio dedicado a recibir denuncias de actos delictivos. Casuística
cuando menos sorprendente en la novelística del género. Y acierto-hallazgo del
autor en opinión generalizada de los asistentes, en tanto en cuanto proyecta
desde tan, digamos, pintoresca actividad el liderazgo social y ético del
personaje.
(Por cierto,
aviso para el autor, detalle de error: los estudios de radio en ningún caso
tienen comunicación directa con el exterior del edificio. Así que nada de
ventanales a través de los cuales se contemplen escenas de niños jugando, etc.)
Lo novedoso no
es el liderazgo como estereotipo de estos policías de novela, negra, sino el
medio. Estereotipo que completa la figura del inspector con otro también propio
de esta narrativa: profesionalidad veinticuatro-horas-al-día-trecientos-sesenta-y-cinco-días-al-año,
incompatible con pareja estable (si acaso, evocaciones –una mujer llamada Alba-
inexplicadas, gratuitas).
En lo tocante
a personajes, también el inefable Estévez, ayudante de Caldas, pasó por el
tamiz crítico de los tertulianos. En verdad, no demasiado. Sus arrebatos de
homofobia apenas merecieron algún comentario de pasada. Seguramente porque las
opiniones se concentraron en comparar con otras novelas del género: al
contrario que en ellas, este adjunto apenas aporta intervenciones determinantes
para el esclarecimiento del asesinato. Además, tampoco se entiende muy bien su
relación con Caldas, o mejor, de Caldas con él, esa especie de protección que
el inspector ejerce sobre el ayudante. ¿Quizás por el respeto que merece en la
profesión la persona de Caldas? ¿Se desprende del carácter del inspector una
autosuficiencia latente?
Y la reunión
tocaba a su fin sin conclusiones rotundas. Los comentarios, un tanto exhaustos,
volvían a la denuncia de temas o aspectos romos o carentes de justificación en
la trama. Una trama exangüe. Sin bien, ornada con descripciones de encanto, del
paisaje, gastronomía e idiosincrasia gallegos, y con la originalidad del
recurso al diccionario en el comienzo de cada capítulo de la novela. Las
últimas piezas del puzle.
Al final de la
sesión, lógico, todo encaja, pero como en la novela, con premura y sin primor.
Ricardo
Santofimia Muñoz.
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