miércoles, 26 de marzo de 2014

Reseña de la sesión dedicada a LA LLAVE DE CRISTAL de Dashiell Hammett


Una sesión de cine. Por el inevitable correlato de esta novela negra americana, clásica, con el clásico cine negro americano (¿cómo sustraerse a la evocación?). Y porque, para afrontar género tan específico, la tertulia probó de nuevo su versatilidad, y su bagaje cultural -añádase según grado de convicción y vehemencia.

De cine. Casi cabría asegurar que cada lector de la obra acudía con su película de la novela. Así que rara fue la intervención que no cayó en la tentación, como muleta, comparación, apostilla o superación. Pero, aunque mediatizada por esas imágenes del celuloide blancas y negras y brumosas, la reunión alumbró alternativas y contrastes irisados. No en vano, asistían incondicionales del género negro junto a neófitos y escépticos.

Desde los más avisados se destacó el carácter novedoso de la obra. Su aparición en 1931 hace de Hammett el iniciador de un clásico literario, la novela negra americana. Luego vendrían Poe, Agatha Christie… No obstante, la valoración general hurgaba sobre un tema que teñía la acción narrativa: el desapego y descrédito de la democracia `formal´ imperante en la Norteamérica de aquellos años. Como por ejemplo, callar determinados comportamientos, alguno muy relevante, hasta después de las elecciones (¿de qué nos suena eso?). Una práctica corrupta -¿es necesario aclararlo?- que mereció triste paralelismo con el caciquismo necroso de la España de la misma época.

También en perspectiva, algún escepticismo: la novela adolece de profundidad en cuestiones psicológicas y sociológicas. Otras opiniones, por contra, no lo consideran defecto, sino propósito consciente del autor, que confía la interpretación a la agudeza del lector.

Controvertida apuesta esta última, porque, a la hora de enjuiciar el argumento, para muchos de los asistentes pareció enrevesado –fue el término más empleado-: no se entendía bien la relación Ned-Paul, resultaba cuando menos extraño que el protagonista sobreviviera a paliza tan sanguinaria, y… qué más. Sí, ¿qué pintaba en la trama del crimen el sombrero del muerto? Más de un contertulio confesó que había tomado notas para no perderse por el bosque de la intriga, a pesar de que, como para otros, tal maraña no escondía demasiado la autoría del crimen. El poderoso influjo del cine. Claro, se advirtió, Hammett se había dedicado a guionista hacia el final de su vida.

Brumas de la ambigüedad que, para la tertulia, alcanzaba a la mayoría de los personajes. Sobre todo a los masculinos, porque las mujeres ocupan aquí papeles secundarios, superficiales, como secundando el contexto sociológico de la época. Cabría decir que se trata de una novela de hombres. De entre los cuales, la personalidad del protagonista acaparó buena parte del debate. Para algunos tertulianos, desde presupuestos éticos, resultaba desconcertante que un gánster albergara sentimientos nobles, como, por ejemplo, hacia la madre y la hija de Madvig. Ítem más: mantiene con el mismo Madvig una relación de amistad (cuyo origen se desconoce) bajo los loables principios de lealtad y honradez, pero al servicio del hampa y la corrupción política. Mientras que otros intervinientes enfatizan esa férrea lealtad de Beaumont, a prueba de riesgos. Lo que, a su vez, niegan algunas opiniones, que sólo aprecian en tal comportamiento una relación profesional. Afán clarificador que, por un lado, rastrea en la vida del autor: éste habría dotado al protagonista de un código ético similar al que por entonces modelaba su peripecia existencial. Y por otro, recuerda que en este tipo de personajes novelescos es frecuente el lado noble y el canalla. La larga y humosa sombra de Bogart.

Posturas tan matizadas y matizables confluyeron, no obstante, en una conclusión relativa: conocemos a cada cual por su comportamiento (por “el cómo” actúa). Nos encontramos con un narrador-cámara, que se reprime para no entrar dentro del personaje. Técnica cinematográfica trasladada a la novela a base de secuencias de carácter impresionista muy bien escritas. Su objetivismo descriptivo, su minimalismo, sus frases cortas sin subordinación no dejan indiferentes a estos lectores. De todo ello quizás se derive la ambigüedad o el desconcierto para la interpretación, pero también una actitud posiblemente más respetuosa con el lector que la del narrador omnisciente.

Y sin embargo, hasta el título de la novela incubaba cierta perplejidad en la reunión. Una metáfora difícil de descifrar. Hasta el punto de que el primer planteamiento de su interpretación fue acogido con un silencio inicial. Pronto se apuntaría al sueño de Janet para justificarlo, o a simbolizar la fragilidad de las relaciones humanas. Luego prosperaría la opinión de que título tan desconcertante transmitía un sentimiento pesimista: la verdad imposible, con una verdad quebradiza no hay salida. Una llave de cristal no sirve para nada, el cristal se rompe.

Quizás el final de la novela sorprendió menos, a tenor del grueso de las intervenciones. Si acaso porque resolvía trama tan entramada de un modo infantil. Sabor clásico, como otros, genuinamente americano. Entiéndase, de cine negro americano. Aunque importa precisar (y así se hizo en la reunión) que primera en el tiempo fue la novela negra americana. Serían sus ingredientes los que después pasarían al celuloide. Inciso relevante, de justicia, para reconocer que esta obra y su género narrativo enriquecen la variedad de la expresión literaria.

Claro que sustraerse a lo ya disfrutado en las pantallas de nuestros años... clásicos… Todos o, como poco, muchos, habíamos estado como alguien dijo espontáneamente: “leyendo la película”.

Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

2 comentarios:

  1. Releída la reseña, hoy día 2 de mayo, me vuelve a sorprender y la vuelvo a disfrutar (la obra y tu comentario, amigo).Gracias Ricardo.

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