La gráfica de la sesión muestra una línea de tendencia
más bien fría, que discurre a ras del eje de abscisas, pero sin valles y con algunos
picos relevantes.
Como valoración de la obra en general se recurrió al
término usual de `enganchar´: esta novela, o te engancha enseguida o la
abandonas casi desde el principio (aunque hubo quien declaró haberla aguantado durante
algunos capítulos). Relación, pues, de amor-odio elevada a categoría.
No
faltaron precisiones, claro. Algunos asistentes confesaron haberla leído por
prurito culto en su primer boom, allá por épocas de juventud; pero ahora su
relectura les había resultado mucho más enriquecedora. Concluían con ello que
quizás una segunda ocasión proporcionaría la comprensión plena del libro. Sin
embargo, otras opiniones se manifestaban encantadas con este primer encuentro. Mientras
que algunas se mostraban escépticas: desde una actitud lectora que no pretende
profundizar sino sólo disfrutar, esta novela reprime, provoca pena.
No
exactamente pena, pero sí una cierta desazón sentiría la tertulia por las relaciones
del autor con su madre, que explicarían la línea medular de la peripecia vital
de Kennedy Toole y de buena parte de esta novela. En cuanto a lo primero, según
se informó en la reunión, la madre influyó decisivamente en la vida del hijo,
particularmente en la presión que ejerció sobre sus estudios, y asimismo, se
interesó obsesivamente por la publicación póstuma de la novela. Al respecto, un
episodio inquietante revelado por la policía: cuando el autor se suicidó
inhalando gas del tubo de escape, había dejado una nota escrita, que la madre
destruyó tras leerla. Y en cuanto a lo segundo, y como consecuencia de sus
estudios, sobresalientes, la novela desvela un escritor culto, por sus
referencias a Boecio y por los personajes literarios que incorpora (D.
Quijote…).
Con todo, no sólo tal calidad intelectual ponderaron los
asistentes, sino también que utilizara recursos estilísticos tan
contradictorios en apariencia -un pico de la gráfica-. En algunos tramos el
narrador en primera persona, en otros la segunda persona, y por entremedias el
género epistolar y hasta el ensayo. Todo ello para alcanzar el reflejo de una
realidad compleja. El `cómo´ de la transmisión del mensaje adquiría así importancia
capital. Sorprendían gratamente recursos-aciertos literarios como la inefable
válvula pilórica del protagonista, o su bimembración geometría-teología, etc.
Por esta tendencia alcista abundaron los comentarios de
los contertulios acerca de episodios y catadura de personajes.
Hasta alcanzar el énfasis -nuevo pico- en la personalidad
de Ignatius Reilly, protagonista de la novela. Concitaba una misma idea, aunque
desde diversos ángulos. Así, fue considerado personaje contradictorio y
esquizofrénico, que deforma la realidad
o la tergiversa a su favor. O diagnosticado como enfermo, ¿con trastorno
bipolar? O calificado de tarado y vomitivo. O acaso apuntaba maneras de un tal
Don Quijote.
Nadie más histriónico y contradictorio que el
protagonista, pero ninguno de los demás personajes le iba a la zaga. De todos
interesaba sobre todo el alma y sus comportamientos, que, a juicio de algunos
tertulianos, encarnaban la clásica `obra de perdedores´. Si bien, este término
se llegó a puntualizar (citando la expresión de una persona ajena a la
tertulia): “la gente no es buena ni mala sino regular”. Se enlazaba de este
modo con otra consideración acerca de los personajes: `regular´ no quiere decir
`vulgar´, ninguno lo es. Eso sí, todos “piraos” y necios (elogiado el innegable el acierto del
título). Aunque quizás salvando, un poco, al señor Levy, cuya actitud parece
responder a cierta lógica, y a sus hijas, pero sólo porque estas son personajes
que no intervienen en la acción -que si no, quién sabe.
Así
pues, la reunión asiste a una miscelánea de personajes que rompen la realidad,
muy hábilmente enmarañados por el autor en una red de obsesiones que llevan a
la hilaridad del lector.
Cuestión
menor se entendió la interpretación del final de la obra -vuelta al eje de
abscisas-. Sentado que todo (buen) novelista debe saber el final del relato, los
comentarios para el de esta Conjura giraron
en torno a tres opiniones que, posiblemente por diferentes pero
complementarias, adoptaron casi las mismas estructuras oracionales: el lector
apenas lo imagina, el autor lo resuelve bien, la novela lo deja abierto.
Y un
último pico: esta tertulia (como tantísimos otros lectores, suponemos)
identifica La Conjura de los necios
con crítica social. Una crítica seria y potente que no deja títere con cabeza.
La universidad, la policía, la marginación social… pasan por semejante tamiz. Con
tal intención, la novela coge de las solapas al lector desde las primeras
páginas y zarandea sus principios éticos y sociales a lo largo de toda la trama
narrativa.
Fin
de la gráfica.
Fdo.:
Ricardo Santofimia Muñoz.