jueves, 16 de abril de 2015

Reseña de la sesión dedicada a LA CONJURA DE LOS NECIOS de John Kennedy Toole

            La gráfica de la sesión muestra una línea de tendencia más bien fría, que discurre a ras del eje de abscisas, pero sin valles y con algunos picos relevantes.

            Como valoración de la obra en general se recurrió al término usual de `enganchar´: esta novela, o te engancha enseguida o la abandonas casi desde el principio (aunque hubo quien declaró haberla aguantado durante algunos capítulos). Relación, pues, de amor-odio elevada a categoría.

No faltaron precisiones, claro. Algunos asistentes confesaron haberla leído por prurito culto en su primer boom, allá por épocas de juventud; pero ahora su relectura les había resultado mucho más enriquecedora. Concluían con ello que quizás una segunda ocasión proporcionaría la comprensión plena del libro. Sin embargo, otras opiniones se manifestaban encantadas con este primer encuentro. Mientras que algunas se mostraban escépticas: desde una actitud lectora que no pretende profundizar sino sólo disfrutar, esta novela reprime, provoca pena.

No exactamente pena, pero sí una cierta desazón sentiría la tertulia por las relaciones del autor con su madre, que explicarían la línea medular de la peripecia vital de Kennedy Toole y de buena parte de esta novela. En cuanto a lo primero, según se informó en la reunión, la madre influyó decisivamente en la vida del hijo, particularmente en la presión que ejerció sobre sus estudios, y asimismo, se interesó obsesivamente por la publicación póstuma de la novela. Al respecto, un episodio inquietante revelado por la policía: cuando el autor se suicidó inhalando gas del tubo de escape, había dejado una nota escrita, que la madre destruyó tras leerla. Y en cuanto a lo segundo, y como consecuencia de sus estudios, sobresalientes, la novela desvela un escritor culto, por sus referencias a Boecio y por los personajes literarios que incorpora (D. Quijote…).

            Con todo, no sólo tal calidad intelectual ponderaron los asistentes, sino también que utilizara recursos estilísticos tan contradictorios en apariencia -un pico de la gráfica-. En algunos tramos el narrador en primera persona, en otros la segunda persona, y por entremedias el género epistolar y hasta el ensayo. Todo ello para alcanzar el reflejo de una realidad compleja. El `cómo´ de la transmisión del mensaje adquiría así importancia capital. Sorprendían gratamente recursos-aciertos literarios como la inefable válvula pilórica del protagonista, o su bimembración geometría-teología, etc.

            Por esta tendencia alcista abundaron los comentarios de los contertulios acerca de episodios y catadura de personajes.

            Hasta alcanzar el énfasis -nuevo pico- en la personalidad de Ignatius Reilly, protagonista de la novela. Concitaba una misma idea, aunque desde diversos ángulos. Así, fue considerado personaje contradictorio y esquizofrénico, que  deforma la realidad o la tergiversa a su favor. O diagnosticado como enfermo, ¿con trastorno bipolar? O calificado de tarado y vomitivo. O acaso apuntaba maneras de un tal Don Quijote.

            Nadie más histriónico y contradictorio que el protagonista, pero ninguno de los demás personajes le iba a la zaga. De todos interesaba sobre todo el alma y sus comportamientos, que, a juicio de algunos tertulianos, encarnaban la clásica `obra de perdedores´. Si bien, este término se llegó a puntualizar (citando la expresión de una persona ajena a la tertulia): “la gente no es buena ni mala sino regular”. Se enlazaba de este modo con otra consideración acerca de los personajes: `regular´ no quiere decir `vulgar´, ninguno lo es. Eso sí, todos “piraos” y  necios (elogiado el innegable el acierto del título). Aunque quizás salvando, un poco, al señor Levy, cuya actitud parece responder a cierta lógica, y a sus hijas, pero sólo porque estas son personajes que no intervienen en la acción -que si no, quién sabe.

Así pues, la reunión asiste a una miscelánea de personajes que rompen la realidad, muy hábilmente enmarañados por el autor en una red de obsesiones que llevan a la hilaridad del lector.

Cuestión menor se entendió la interpretación del final de la obra -vuelta al eje de abscisas-. Sentado que todo (buen) novelista debe saber el final del relato, los comentarios para el de esta Conjura giraron en torno a tres opiniones que, posiblemente por diferentes pero complementarias, adoptaron casi las mismas estructuras oracionales: el lector apenas lo imagina, el autor lo resuelve bien, la novela lo deja abierto.

Y un último pico: esta tertulia (como tantísimos otros lectores, suponemos) identifica La Conjura de los necios con crítica social. Una crítica seria y potente que no deja títere con cabeza. La universidad, la policía, la marginación social… pasan por semejante tamiz. Con tal intención, la novela coge de las solapas al lector desde las primeras páginas y zarandea sus principios éticos y sociales a lo largo de toda la trama narrativa.

Fin de la gráfica.

Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.