domingo, 29 de noviembre de 2015

Reseña de la sesión dedicada a AL MORIR DON QUIJOTE de Andrés Trapiello

Es que uno no sabe si comenzar por la realidad ambiente resultante o, soslayándola un poco, acometer de principio la vasta consistencia analítico-intelectual que a duras penas se batía contra un verso suelto quizás hasta insufrible. Sesión, pues, de género particular.
            El común de la reunión, en su línea, se aplicaba al diagnóstico lato y neto de esta obra. Y partió de una interpretación inicial de la coordinadora de la tertulia, nos encontrábamos ante una forma de metaliteratura. El término, aceptado, en esos primeros momentos quedó… por ahí. No se volvería a mencionar -como tampoco líneas abajo de este escrito-. Y sin embargo, curiosamente bulliría y se escondería y emergería cual cabriolas de delfín desde el subconsciente analítico de gran parte de las intervenciones. La indefectible concomitancia de esta novela con la otra, la que ya mora en el altar del mito.
            No se consideraba libro de lectura fácil y ágil, para algunos costaba  integrarse en ella, principalmente en la primera mitad. Hubo quien confesó o lamentó “me ha faltado divertirme y engancharme”.  Aunque, la tendencia ampliamente mayoritaria se inclinaba en dirección opuesta: prodigiosa, divertida, con su punto de ironía, una novela en paladar categórico.
            Pero no hubo distingos en cierta trascendencia: este Al morir Don Quijote nos redirigía la mirada crítica hacia el personaje, primero,  y segundo, o la vez, hacia la lectura de El Ingenioso Hidalgo… Entendía la tertulia esta suerte de revival fruto de un cabal ensamblaje del autor con Cervantes.
Logro de Andrés Trapiello que se permite, además, una especie de juego de espejos con los autores, con los que salpimenta la trama: el propio Cervantes, el Cide Hamete de El Quijote, su Sansón Carrasco y el de la futura novela El final de Sancho. Juego de espejos, juego de autores, en definitiva, juego de perspectivas.
No en vano, este escritor, conocido discípulo aventajado de Francisco Rico, lleva diez años estudiando, trabajando y `traduciendo´ -entiéndase, trasladando al español actual- El Quijote.
Dedicación y mérito en ponderación unánime de la reunión. En esta novela recrea el lenguaje cervantino de tal modo que intercala en ella párrafos de El Quijote sin que se aprecien diferencias. La atracción del estilo y sus efectos en la lectura de algunos asistentes: frases subrayadas y memorizadas continuas, todas destacables.
Abundaron, pues, las intervenciones en torno a la relevancia del lenguaje cervantino, de su técnica y expresión. En detrimento de la atención hacia el argumento o la trama de la novela. Algunos repasos del final de la segunda parte de El Quijote conectaban con su Al morir… y lo explicaban, y adivinaban una estructura similar en ambas novelas.
Algo más difícil, dar cumplida cuenta del final de nuestra novela. Porque, en la línea de lo indicado antes, primaba la idea de que casi hubiera dado lo mismo que el autor lo hubiera resuelto de un modo que de otro. Porque el verso suelto anduvo desatado por este pasaje de la sesión. Y además, porque se planteó una cuestión concreta: la antinomia idealismo-realidad, personalizada en Sansón Carrasco. Su figura, su comportamiento último, ¿acaso no suponía una huida hacia el idealismo con tal de eludir la realidad?, ¿y si equivaliera a una forma de hipocresía social?
O quizás le moviera el eterno mantra del amor. Como el que embargaba a la sobrina y al ama de Don Quijote, cada cual con su vertiente, pero que las llevaba a confluir en una tan inusitada como estrecha relación.
Se desprende el gran artificio: la locura de Don Quijote irradia en derredor. Polifonía de El Quijote que reverbera en nuestra novela. Personajes universales, que convierten en universal al autor.
Con todo, fue el personaje de Sancho quien suscitó más comentarios. Principalmente por su creciente protagonismo durante la segunda mitad de Al morir…, en paralelo a la evolución de su personalidad, la metamorfosis que experimenta hacia la de su malogrado amo.
Análisis que mereció la siguiente reflexión: se trata de un proceso dialógico mediante el cual las personas nos `contaminamos´ unas de otras; de ahí la importancia de la variedad en los grupos sociales. Y se incide en ese concepto, proceso, puesto que la trasmutación no se produce a consecuencia de un hecho puntual que la haga irreversible. En Sancho ocurre cuando la apariencia de la realidad poco a poco se le viene abajo.
Para determinar la relación causa-efecto se pone el acento en la decisión de Sancho: aprender a leer. Primero, para conocer directamente lo que se dice de él en El Quijote, y reajustar en consecuencia sus actitudes y comportamientos. Al hilo, nueva reflexión: cómo las personas sobreactuamos cuando se nos pone el foco (le ocurre a él y a otros personajes cuando saben que van a salir en el libro). Y segundo, para ser libre -¡ay, la libertad que proporciona la lectura!
Dos mensajes más quedarían latiendo en el ánimo de la reunión, recogidos al alimón por la novela inmortal y por esta, que lleva camino de serlo también. Por un lado, Don Quijote recupera la cordura y poco después muere “de melancolía”; es decir: recupera el sentido de la impotencia y muere ante la conciencia de lo imposible. Y por otro, `loco´ y `cuerdo´ no son términos absolutos, admiten grados.
¿Y lo del verso suelto? Si comentabais una narración… Pues eso, admite grados.

Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Reseña de la sesión dedicada a EL BAILE DE LA VICTORIAde Antonio Skármeta

El embrujo de un título. Durante la reunión se aludió al juego de ambigüedad del título de la novela. Baile de quién o de qué, ¿del interpretado por el personaje de Victoria?, ¿del golpe-atraco de los protagonistas?, ¿de éstos sólo o de los personajes en general?, ¿del triunfo político?

La respuesta quedaría en el aire, como otras sospechas, pero baile baile como tal, haberlo, lo hubo y mucho a lo largo de toda la sesión. Fragoroso, melódico, atropellado, controvertido, entreverado, con ritmo y arritmias.

La obra, el mejor Premio Planeta de los últimos tiempos a juicio de un tertuliano, se prestaba al debate. Sin duda. Ya se reconoció desde el principio. Y el baile, ese baile de las ideas, comentarios y opiniones no se hizo esperar.

En cuanto el moderador dio marco a la novela, sugirió temas y pronósticos, saltó a pista la primera ¿disidencia?: “No me ha gustado”, taxativa. Y sus razones: primero una ligera concesión, la novela es distraída, pero…, bueno, vale; aunque añadiría inmediatamente: sin argumento cerrado, deficiencias en la estructura, final demasiado abierto, y, por si fuera poco, dificultad de lectura por su exceso de chilenismos. Posiblemente toda una sorpresiva propuesta para el baile de análisis.

Dado que la calificación de `distraída´ remitía a impresión subjetiva, y no a género alguno, la tertulia se aprestó a desbrozarlo. En este aspecto el compás discurrió acorde y conjuntado. Quien le detectaba tintes de novela negra (intriga, suspense, malhechores). Quien la valoraba de aventuras. Quien, de lucha por ideales. Quien, de perdedores (y que movía a la ternura). Hasta de novela visual se habló en algún momento. Pero, sin negar los atributos anteriores, primó que se acoplaba más al concepto de novela de personajes.

De fondo, el post-Pinochet de Chile, nación del autor. Al cual agrupa la tertulia con otros escritores sudamericanos en tanto cuentan con unas sociedades muy accesibles para su ficción. En la de este Baile de la victoria, dos aspectos destacables: sólo la humanización salva a estas sociedades problemáticas, corruptas; y además, la necesidad de luchar para escapar del medio hostil, de lo contrario, no hay salida a pesar de la llegada de la democracia, intención fundamental de Antonio Skármeta para los asistentes.

Seguramente por esto, la trama se antojaría al autor cuestión menor. Seguramente, pero no para la reunión, en vista de que en los tramos de la trama el baile se volvía más intenso. Las intervenciones, un mosaico de compases acelerados: concordantes, divergentes, autónomas, aclaratorias, didácticas. Unas hablaban de tramas poco creíbles (como justificar el encierro de un preso en una celda día a día durante un mes sin levantar sospechas, o las imprecisiones narrativo-descriptivas que enturbian el golpe-atraco). Otras, de sobrecarga narrativa en algunos capítulos. Y cambio de cadencia, una historia con encanto: la ayuda mutua entre personajes no exenta de sacrificios y renuncias (la del policía como entrañable vicario), bien ensamblada. Nuevo giro, la trama denunciaba corrupción, o se recordaba lo de “quien roba a un ladrón…” Y con todo, la mayoría, ocupada y casi obsesionada en no perder los pasos del golpe-atraco (nudo, sin duda, del proceso narrativo), se sumaba a un doble escorzo: por un lado, lo importante, lo interesante, no residía en el cómo, en la trama misma, sino en el objetivo, que prosperara el robo; y por otro, que el autor apenas mostraba verdadero interés por la trama.

Para la tertulia, el trabajo principalísimo del autor se centra en los personajes, por qué actúan así, los motivos de sus comportamientos (cada cual con los suyos). Para elogiar o recelar de sus peculiaridades, se ajustaron pasos y giros, el ritmo altibajounítono y dinámico. Junto con la dimensión humana de sus diálogos, cautivan perfiles y encuadres, donde los `malos´ oficiales resultan ser los `buenos´ y al revés. Vaya por delante, sin embargo, algún reparo: ¿personajes cultos siendo del hampa? Lo que no impide, desde luego, que lleguen al lector, incluso los secundarios, encantadores también.

Pero movimiento sincopado y máxima plasticidad, con los tres protagonistas. Skármeta no les había asignado los nombres a voleo, no, respondían a una simbología más o menos subliminal o evidente. Victoria, Ángel y Nico.

A Nico, maduro y descreído, afamado delincuente, le molesta el acortamiento del nombre, prefiere el renombre de sus apellidos, Vergara Grey, más con el segundo, por su similitud con la invención del teléfono (Grey-Gray). Notoriedad, según un tertuliano, con la que el autor trampea un poco: hay que demostrarla con la ¿precisión? del golpe-atraco –“qué, cómo”, le pregunto en un aparte, y me responde “no te preocupes, lo que quiero es crear polémica” (imagínese la efervescencia del baile)-. En cualquier caso, sus aspiraciones de status blanqueado tras la cárcel van mudando hacia los ideales de los otros.

Y Victoria y Ángel, los dos chicos jóvenes del triángulo, exponentes de los ideales puros. De Victoria, aunque los asistentes se detuvieron unos momentos en sus exámenes, la reflexión que les planteaba como docentes, ponderaron el nombre como sello de sus anhelos. Mientras que la interpretación de Ángel apenas necesitaba tampoco verbalizarse: primero demonio (por su aparente incitación al mal), después custodio. Si bien, su asesinato, por decisión del autor, creó una cierta decepción.

Una muerte, esa, con desenlace narrativo pero sin merma de feromonas en la reunión. Controversias, baile dispar y casi desparejado: ¿Final abierto?, no importa. Pero desesperanzador. Quizás mejor cerrado, permitiría una puerta al optimismo. También posibilismo en el azul metafórico del comienzo y el final de la novela. Y persistencia en la simbología, la última secuencia: padre que ha perdido un hijo y gana una hija, hija que ha perdido al padre y gana otro. Pero otra contra, cruda: los protagonistas que sobreviven salen huyendo. 

Como alguien apuntó en algún momento de la sesión: este libro, una lectura de ida y vuelta, a veces te pierdes y luego vuelves. Así el baile, ¿no?

Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.