jueves, 8 de diciembre de 2016

Crónica de la sesión dedicada a BAJO EL MAGNOLIO de Marina Mayoral



              Según se desprende de la novela, el magnolio es árbol exótico, veleidoso, grácil, de sueño perdurable, fanal de la alegoría. Pero a la reunión le costó acomodarse bajo él.
            Primero porque la sesión, que inauguraba temporada, ralentizó sus comienzos con algunos previos ineludibles y cordiales, como el saludo entre compañeros que no se veían desde meses atrás, o las incidencias habidas en el suministro de ejemplares de este libro al grupo. Y además, la presentación de Lola Alonso como nueva persona encargada de la coordinación del Club. Ésta manifestó ante todo su agradecimiento a la labor de su antecesor, José Antonio Ruiz, que no sólo puso en marcha el Club, sino también lo ha dotado de organización y alimentado su consistencia intelectual y crítica durante estos años. Los presentes rubricaron con un cariñoso reconocimiento -al que este cronista se sumó y particulariza aquí especialmente-. Años fructíferos que, para la nueva coordinadora, suponían el estímulo y el reto de mantener la línea, cuando no el modelo de José Antonio.
            Tras lo cual, ahora sí, se situó Bajo el magnolio. Pero no para cogerlo por las hojas, sino por el tronco. Y lo zarandeó. Y sobre la tertulia cayeron la forma expresiva, el aviso de dependencia argumental, las incursiones costumbristas, la técnica narrativa, el baño de emociones (el amor como señuelo cimero) y la eventual pedrea de libro prescindible.
            Los riesgos de los libros que se someten o son sometidos al juicio de un Club de Lectura avisado y crítico: unos gustan más, otros menos (algunos nada). Verbalizada ya la noción de `prescindible´, los contertulios se aprestaron a manifestar sus criterios, que traían interiorizados en gran medida por esa deriva.
Como primera providencia, a lo largo de la reunión se vino a significar que, en fin, que no se trataba de echar leña sobre el magnolio. Se reconoció, sin oposición, que estaba bien escrito, correcto. Pero esto no orillaba dudas.
            Tampoco ayudaba que el argumento conectara con un libro anterior de la autora -según información aportada en la reunión-. Al respecto, se barajó una dependencia excesiva. Por ello, y a pesar de la promoción editorial de este y aquel como independientes, la tertulia calibró: quizás la lectura del primero habría arrojado mejor comprensión de este segundo.
            Acaso el telón de fondo propiciara algún hilván con la peripecia vital de los personajes: la vida en un pueblo gallego de época. El costumbrismo siempre asegura resultados; por genérico que sea, sitúa al lector -más si éste, alcanzada cierta edad, echa la vista atrás-: la figura del maestro, el padre-marido que acompaña (¡acompaña!) a mujer e hijos a misa, los niños bien arregladitos… Sin embargo, tan sólo obtuvo de los presentes un par de citas, y sin más ánimo que acusar recibo de su presencia en la obra.
            Mejor suerte corrió la técnica narrativa, por lo menos en cuanto objeto de análisis. El monólogo interior. Impregna de tal modo el desarrollo de la historia que suscita posiciones diversas o controvertidas o matizadoras. Desde quien nadaba en un escepticismo inicial (el recurso se le antojaba más cliché que instrumento para atrapar al lector) y luego guardaba la ropa como posible acierto. O los extremos: uno con el convencimiento de que el uso del monólogo interior justificaba todo, desentrañaba los sentimientos del protagonista, lo que seducía la atención lectora; pero, para el lado opuesto, la historia, contada así, peca de superficial, desprende cierto tufillo de falsedad y, por tanto, no logra dotar de fiabilidad al personaje.
            De modo que no, no hubo enmienda a la totalidad. Como se dijo en la reunión, el libro aporta “cosillas”. Por ejemplo, un logro técnico, atractivo, la esporádica irrupción, estratégica, del monólogo directo de Laura, que marca o resitúa o inquieta u hostiga el flujo narrativo del monólogo interior dominante, el del protagonista, Paco. Como también se ponderó la presencia indirecta de la escritora cuando éste la interpelaba.
            Paco en el presente, Laura desde el pasado, la escritora mediante. Una novela de emociones, soslayando los defectos más o menos salvables, donde prima la ternura -que a veces no justifica, pero nubla el rigor-, tanto hacia aquel tipo de vida tan encorsetada como hacia el personaje mismo.
            Un sentimiento que pretende calar los poros del lector. Porque Paco, aun a duras penas, llega a conceder errores o fallas en su particular ¿martirologio? amoroso.
            Tres relaciones, ¿tres amores?, se plantea la reunión. El concepto de amor como pulsión sentimental instintiva necesitada de reciprocidad, ¿el mismo puede simultanearse hacia tres mujeres sin merma de algún déficit? La tertulia se movió entre dos tipos de intervenciones -sin que este cronista se atreva a precisar cuál resultaría predominante-. Por un lado, no; el amor así entendido sólo puede sublimarse en una sola mujer durante un mismo período. Pero por otro, bueno; las justificaciones de Paco aportarían explicaciones suficientes y convincentes para cada una de sus tres  relaciones, para una concepción más genérica del amor, para una variedad de manifestaciones.
            No obstante, la carga del análisis todavía avanzó una línea más: Paco y Laura, dicotomía de actitud ante la vida, el amor como polea de furias en tracción dislocada. Él la quería, ella se dejaba querer. Él es convencional (se casa con la guapa), ella da un salto a la modernidad. Pero él resulta más acertado en su decisión; ella terminaría haciendo lo mismo que él ((expansiones… ¿amorosas?), e incluso busca en él cubrir sus carencias afectivas. Por aquí afloró una vacilación: para parte de los contertulios, los personajes no resultarían tan planos como se podría presumir en principio.
            Por lo demás, cuando ya la tertulia embocaba sus postrimerías, una intervención enjugaba y conjugaba criterios en torno al tema de la novela. Antes había merecido algún que otro comentario suelto sobre su actualidad y la inquietud que pudiera generar, sin precisar en qué ni por qué. Pero ahora sí que se abordaba; aunque con una premisa, discriminarlo del argumento. Salvado el escollo, el tema se erigía en lo único que se salvaba del batolaje narrativo: la irreversibilidad de algunas decisiones (causas y, sobre todo, consecuencias).
            En el cómputo global, magnolio…, digo… libro, ¿prescindible?

                                          Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

viernes, 14 de octubre de 2016

Programación de las sesiones del Club de Lectura “Rafael Balsera del Pino” para el Curso 2016/2017




CLUB DE LECTURA

Programación de las sesiones del Club de Lectura “Rafael Balsera del Pino” para el Curso 2016/2017


AUTOR
TÍTULO
RECOGIDA DEL LIBRO
REUNIÓN
(Entrega del libro)
1
Marina Mayoral
Bajo el magnolio
11/10/2016
(Reunión)
8/11/2016
2
W. Irving
Cuentos de la Alhambra
8/11/2016
20/12/2016
3
Matilde Cabello
El libro de las parturientas
20/12/2016
24/1/2017
4
A. Muñoz Molina
El jinete polaco
24/1/2017
7/3/2017
5
Muriel Barberri
La elegancia del erizo
7/3/2017
4/4/2017
6
J. Steinbeck
Al este del Edén
4/4/2017
2/5/2017
7
E. Mendicuti
Los novios búlgaros
2/5/2017
6/6/2017
8
Philippe Claudel
Almas grises
6/6/2017
27/6/2017


martes, 19 de abril de 2016

Reseña de la sesión dedicada a EL AÑO DEL DILUVIO de Eduardo Mendoza



            La sesión brilló por el debate mismo, porque no hay -al menos no ha habido hasta ahora- obra en ojos de este Club que no haya sido explorada, hendida, desentrañada y enjuiciada, con todas las consecuencias, con toda la responsabilidad, con todo el ánimo crítico. Por lo demás, se peregrinó por entre los perímetros y rutas de la decepción, aunque con paliativos razonables.
     La novela no tardó en recibir desdenes o descalificaciones sin más: espantosa, simple, bodrio (sic)…, parece encargo de veinticuatro horas, argumento ramplón prescindible, la historia no hay por donde cogerla (sic también). Incluso alguien declaró abiertamente no haberle gustado nada. Como razones de base, en general, escasez de acción narrativa y de carga irónica (impropio del Mendoza leído hasta ahora), fabulaciones con exceso de suposiciones, o situaciones forzadas hasta límite del ridículo sin pretenderlo, como por ejemplo la relación de la monja con el bandolero. Temperatura que, sin embargo, no reprimió una intervención en contrario, le había encantado. Una raya en el agua, respetable y respetada, por supuesto.
            El problema principal radicaba en el autor. Escocía: no estaríamos debatiendo sobre la novela si el autor no fuera Eduardo Mendoza. Tanto se esperaba de él. Apenas hubo resistencia a juzgarla intento fallido del autor.
No obstante, algunos asistentes se esforzaban en salvarle los  muebles, su mejor mueble, la expresión. En principio, nadie objetó: novela muy bien escrita y, en consecuencia, de lectura ágil. En principio, porque también en esto se llevó algún que otro correctivo. Se rebajó a lectura facilona (sic otra vez) en los primeros tramos pero inidentificable con Mendoza en los siguientes. Se aprobó su lectura rápida, pero se disentía con la caracterización de los personajes por superficial. Aunque, en contrario, se aseveraba que si el autor hubiera pretendido profundizar en ellos, habría escrito una novela extensa.
Al parecer el propio Mendoza ya lo había justificado: la había proyectado tal cual obra de teatro en tres actos. Y la tertulia admite: como guión para obra de teatro, vale. Y además reconoce un curioso nudo a la trama: las debilidades de la monja, que aglutina tres partes-tres personajes, el señorito, el bandolero y el médico.
Metáfora de las profesiones y de los nombres (Consuelo, Augusto,...). En estos aspectos la reunión remansaba. La alegoría del diluvio meteorológico y psicológico sobre la monja se interpretaba reflejo del romanticismo (el clima y tal), trasposición del mito de Don Juan. Se aportaban concesiones. Bien reflejado el ambiente de los años cincuenta en Cataluña, el hábitat y sistema del vida del cacique, la desubicación natural o presumible de algunas personas (seminaristas, monjas). Acierto en denunciar un engaño social: simular que el rico da el dinero, pero es el bandolero quien lo hace. Reconocer la entrega religiosa a la vez que comprender la condición humana. Y asimismo identificarse con la humanidad del médico. Pero un punto de fricción también: atmósfera de erotismo, ¿pretendida, fallida o entrevías?
Todo a cuento de la monja, omnipresente en la novela y directamente o por alusiones a lo largo de la reunión. Por su atractivo de mujer fuerte pero que arrostra una debilidad, esa puntual relación sexual con el cacique (o señorito, según preferencias terminológicas) que el escritor abandona a la imaginación del lector -digo bien, abandona-. Recuerdo que pervivirá en sor Consuelo. La tertulia comprensiva: cómo no preservar el único momento amoroso de toda una vida. Si bien, no se entendía ese amor a primera vista y la capitulación inmediata en una monja, sin de por medio un mínimo proceso de lucha interior. Responsable, Mendoza, el creador del personaje.
En estas, alguien anunció disponer de un enfoque totalmente distinto a los que se venían manejando. La monja personifica el contraste o la conjunción amor divino-amor humano, cual una Santa Teresa moderna. Además, cree en Dios, pero por qué no enamorarse de un hombre (nadie objetó tal congruencia). Y el esperpento como justificación, frecuente recurso del autor en sus obras.
Mayor controversia crearía otra intervención: por encima del enamoramiento, la monja no altera su proyección de vida. Loable sin duda, a juicio de los contertulios. Pero se cuestiona su permanencia como monja por convicción, ¿no sería bajo presión de las circunstancias? Nuevo defecto, pues, la falta de introspección en los personajes.
Contra lo cual, se aduce que el mérito de Mendoza quizás radique precisamente en que se limita a describir comportamientos, no explica a los personajes. Aunque, de tal forma que adolecen de encaje (un negativo más). De donde, abordados en conjunto, engrosarían la historia de una derrota colectiva pero paradójicamente con identidades individuales. Soledad, miseria, enfermedad, perplejidad ante los cambios… (al respecto, la tertulia no se sustrajo al detalle irónico: la sustitución de la imagen de la Dolorosa por un retrato de Jordi Pujol en el vestíbulo del asilo).
En este rastreo de valores temáticos, se habló del pecado, de la dosis de hipocresía que implicaría su liberación por un rito -desde el más estricto respeto-. Y abundando en el planteamiento, la relación pecado-culpa. La monja, ¿cómo lo resuelve? Intentando conciliar tan endiablado dúo, y como muestra, la famosa carta que escribe a su superiora provincial. Aunque también se piensa que le preocupa más la culpa, que resuelve, lava, con su denodada actividad religiosa. Porque el pecado…, esa extemporánea (y atractiva para los asistentes) petición de ayuda al médico para volver a su escenario…
Las reticencias, sin embargo, tampoco cejarían en este aspecto: el tema es mucho más serio de como lo trata el libro. Pero se argüiría como justificación que la novela se centra en el mito de Don Juan; y además, dentro hay otra novela, otro mensaje: las contingencias del azar, que trastocan la vida, a veces nos ocurren cosas inesperadas, insospechadas, como el diluvio a la monja. O incluso como los corolarios de la lectura de esta novela. Pero no la mejor actitud crítica para el debate en este grupo.
Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

jueves, 31 de marzo de 2016

Reseña de la sesión dedicada a ANATOMÍA DE UN INSTANTE de Javier Cercas

          Es tres el número mágico de la sesión. Tres cuerdas vibrando al pulso de la emoción, la evocación y la contención -tres sustantivos machacones, rotundos, nobles-. Se repartieron un fascinante y espontáneo juego de tonos sin interferencias ni perjuicios, la partitura venía consolidada de años atrás, exactamente treinta y cinco. Tan exactamente que la reunión se celebraba por los mismos minutos de la tarde en que resonó por entonces en el Congreso aquella voz de caverna y aguardiente. El comentario no se resistió: ¿casualidades?, ¿morbo programador de lecturas?, ¿o acierto?
            El moderador, previsor él, inició la reunión con recuerdo preventivo: el respeto en el uso de la palabra y el no abuso en los turnos de intervención. De modo que mesura, por favor. Nota de afinación y comenzamos.
            Enseguida una cuestión de esas que se introducen como inevitables, cual descarte, pero cuya formulación desprendía cierto cariz sibilino: similitudes y contrastes entre la política actual y la de entonces. Un balbuceo, un trastabilleo de intenciones, algún comentario propenso pero indeciso. La respuesta quedó en el éter de la reunión. Contención -seguro que tiene su explicación.
            Bien es verdad que fascinaba y aunaba sobremanera el hecho histórico, tanto que costaba diferenciarlo de las vivencias personales. Para estos contertulios, visualizar en el texto un tiempo que viviste, en el que compartiste protagonismo con los mitos de la transición, tu peripecia vital de aquel instante… (qué hacías tú aquella tarde de hace treinta y cinco años, dónde estabas, con quién). Evocación. Suspiro de complacencia por pertenecer a este Club de Lectura -ha ocurrido en ocasiones anteriores-: propone libros que a lo peor no te habrían llegado, y cuyo análisis no habrías podido compartir.
            Pero en cuanto al género como tal, un ligero chequeo. Se tomó nota de la renuncia expresa del autor a integrar el acontecimiento en una novela. Al respecto, sí se antojó llamativo que el libro comenzara por el “Epílogo de una novela”, y que adoptara estructura circular. Asimismo, se situó la obra en el híbrido crónica-ensayo. A partir de estas premisas, mayor aprecio mereció el estilo, en lo descriptivo y en lo narrativo, directo, amable, cercano. Narrativa maravillosa, en el decir de algún asistente.
            Con semejante aval, compareció en la tertulia la caja de resonancia de sus vibraciones, lo que el autor denomina “la placenta del golpe”. Expresión tan ponderada como ajustada al ambiente sociopolítico de la época. Evocación de nuevo. Y unanimidad en que el autor efectúa una autopsia del golpe mediante su inmersión en los protagonistas.
            Javier Cercas, escritor de reconocido prestigio (se citan su novela Soldados de Salamina y sus trabajos de columnista), con esta obra pulsa también la cuerda de la emoción. Adoro a Cercas, se llega a proclamar. No era para menos en el sentir general: conjugar objetividad en la descripción de hechos con desvelar sus vivencias, sus sentimientos sobre los mismos, y hozar los de los propios lectores, lo dota de categoría humana por encima de su haber literario.
            Así, no escapa a la reunión su leitmotiv -como otro personaje más aparecerá y desaparecerá en la obra y durante la sesión-: poner orden en la relación con su padre. Éste, en las discusiones con el hijo justificaba las actuaciones de Suárez “porque era como nosotros”. Al cierre del libro, las reflexiones que el hijo ha ido desgranando lo llevarán a entender a Suárez y por ende a su padre. Para los contertulios, el sentido último: el hijo que llega a comprender al padre.
            He aquí el esfuerzo, encomiable en el ánimo de los asistentes, para acometer la Anatomía de un instante y atreverse con los personajes que lo protagonizaron. Humanos, claro, y como tales, con sus egoísmos, intereses propios, más alguna que otra salvedad.
            Tres eran tres -el número mágico de la sesión-, en grupo y por parejas de antagonismo. Los tertulianos se sumaban al juego y argumentación del autor: Armada, Milans y Tejero versus Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo. Y además emparejados en el versus (por el orden indicado). Un ejercicio de contrarios cuyo germen sitúa Cercas en las biografías, condicionantes de la trayectoria de cada cual, ¿pero hasta el punto de traicionarla?
Emoción y evocación vibraban al unísono cuantas veces las intervenciones acudían a los héroes. Pues sí, Suárez fue traidor al Régimen, Gutiérrez Mellado a la ideología de los militares de entonces, Carrillo al leninismo. En definitiva, traidores cada uno a su trayectoria. La paradoja no se hizo esperar: héroes de la traición. En donde el término `traidor´ (literario aquí, evidente) debe interpretarse en relación con la ética política. Bullía el ritmo y se añadió otra acepción: héroes de la retirada; en cuanto que si héroe de la retirada, también lo eres de la traición.
Complejidad en el ánimo de los presentes y en la perspectiva de los hechos, en el pulso de aquellos tres contra la asonada. Porque tenían miedo fueron valientes, más allá de la razón de cada uno para no tirarse al suelo frente al estruendo de las balas. Les importaba el país, también sus intereses personales; pero… no tirarse al suelo… podía significarles la muerte. La tertulia se solidariza en un único acorde: valientes en toda la extensión del término.
Suárez el primero. Por eso no terminaban de convencer las obstinadas desinencias del autor (mindundi, chisgarabís…). Aunque se comprendían fruto de la observación: Cercas habla desde fuera, dice lo que dicen los demás. Pero también cupo la sospecha sobre tanta persistencia en la descalificación personal y política de Suárez, acaso pretendiera a la postre el efecto contrario.
Por ahí llegaría a la tertulia la clave intelectual del libro: Suárez, los condicionantes de sus orígenes, superarlos con su actitud ante el golpe, legitimarse, legitimar sus convicciones democráticas. Ese afán por la legitimidad (que no es sino el reconocimiento de los demás) dota al libro de enorme dimensión moral. Y revela un contrapunto: la moral bíblica, de los dioses, frente a la moral de los hombres (éstos se enmarañan en dilemas, los dioses no). En este pasaje se aludió a la denominada ética de la responsabilidad (Max Weber): tolerancia, ceder. Y particularmente a los paralelismos que establece el autor con la película de Rossellini: lo positivo de los cambios, cuidado con el manido y peligroso `yo siempre pienso lo mismo´. Evolución es la palabra. El autor somete la evolución personal de sus opiniones al criterio de los lectores, y los emplaza a la misma actitud. ¿Qué respuesta va a recibir de este grupo con experiencias mil en sus alforjas?
Así pues, el rasgueo de tres cuerdas al son de tres sustantivos: contención en contraponer aquel entonces y el ahora (¿evitar controversias?), intensa evocación de un tiempo vivido y emoción en su análisis.
Y un colofón inédito de la sesión: el aplauso final de los tertulianos, como una liberación de adrenalina, como de redención, como de reencuentro, como de haber alcanzando treinta y cinco años después y con la lectura de este libro la legitimidad, como Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo -o esa era mi impresión-. O como un entendimiento postrero, póstumo para algunos, con nuestros padres.

Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

martes, 16 de febrero de 2016

Reseña de la sesión dedicada a EL CHINO de Henning Mankell



Una cinta roja y dos bloques temáticos bien diferenciados y no necesariamente complementarios. Tampoco compactos, cerrados. Y sin prelación, no se habló primero de todo uno y luego de todo otro, las sucesivas intervenciones alternaron hacia cada cual a lo largo de la reunión. Incluso en una misma intervención se establecían distingos, esto para China y esto para la novela. Ecce la sesión.

La novela -pongamos, Bloque Temático 1-, su autor y los principales ejes de la ficción narrativa concitaron pocos beneplácitos, o ninguno.

No, no había gustado la novela, dejaba mucho que desear. Dispersa, densa, incoherente, opaca, mal construida, calificaciones sin asomo de controversia. La presumes interesante por su mera propuesta para lectura, lees, avanzas, adviertes pronto incongruencias, pero continúas confiando en descifrar una explicación. Y la encuentras, sólo que decepcionante: la obra empieza policiaca, o negra, crees que va de eso, pero luego resulta que no.

En el sentir generalizado, la narración parte de negra, sí, pero para ir diluyéndose en gamas de análisis históricos y sociológicos, hasta centrarse con tono vivo en llamada de atención a Occidente: las actuales condiciones de vida del pueblo chino.

Alegato-denuncia al que quizás sólo aporte banalidad el tránsito ideológico juventud-madurez de dos mujeres, la juez Birgitta Roslin y su amiga Karin Wiman. El reproche no es exclusivo para estos dos personajes. Se percibe a todos desdibujados, turbios, sin perfil definitivo, como a la espera de relevancia en el devenir narrativo. No llegará. Para los tertulianos, era otro el objetivo de la obra.

Ni la trama. Por mucha intriga que, en principio, azuzara el móvil del crimen, de difícil digestión para los asistentes, porque lo intuido sólo permitía a la postre sinergias con pinzas. Tampoco por mucho flashback 1860-2006 sembrado a lo largo del desarrollo narrativo, tan contumaz como injustificado e inexplicado en demasiados pasajes. Así por ejemplo, el relato que focaliza las miserias en la construcción del ferrocarril en Estados Unidos, intercalado, de sumo interés por sí mismo para la tertulia, ¿pero su relación con la trama? Y por si faltaba poco, la esotérica y periódica comparecencia de una cinta roja.

Mimbres de poco recorrido. Se relegaba la concatenación de acontecimientos en beneficio de la descripción. O dicho de otro modo, bajo el pretexto de la trama, se suceden descripciones de alto valor estético y ético. Diferentes intervenciones destacan la crueldad, muy gráfica, particularmente la empleada con los niños en la construcción del ferrocarril, el sufrimiento de los hermanos, a la par que la paciencia y heroicidad de San. También, las condiciones infrahumanas del trabajo en el campo. Y asimismo, la personalidad de Birgitta, su propensión al autoanálisis, su afán de indagar, el cuestionamiento de sus relaciones matrimoniales.

Bien, por fin un apunte netamente positivo. Pero, ¿qué hay del tema? Pues la pregunta habría que hacerla en plural. Se barajaron varios. Con cierta prevención se sugirió la venganza o el ajuste de cuentas, como deducción más consecuente aunque sin afán categórico. Pronto se formularon algunos más: la contraposición de tres culturas, la norteamericana, la nórdica de Birgitta y su amiga y la china; la específica presencia de los chinos en Norteamérica (de la que se sabía poco, siempre se ha resaltado más la de los africanos); y el poder con sus usos y coyundas. El poder, objeto de fascinación recurrente y literario, a los pies de estos lectores. Cómo no percibir sus peores instrumentos, la venganza, el sigilo, la represión, o los intereses económico-políticos (por ese orden en el compuesto), y con éstos el juego de las supervivencias y hasta la interrelación entre países. Bucle en el que no se detiene la novela, ni la tertulia: en el ámbito internacional repele escandalizarse con unos comportamientos y no con otros de calado similar; por contra, importa un único discurso ético.

La denuncia rezuma, pues, por toda la obra. Consecuencia evidente de los propósitos del escritor. Lo motivan sus vivencias en Mozambique: observa el neocolonialismo que los chinos emplean allí y lo trasplanta a la ficción. Conocía la tertulia el compromiso de Henning Mankell (fallecido recientemente) con este país. También su prestigio como gran escritor de novela negra. Y con este marchamo habían recibido El Chino los lectores de este Club. Pero, llegados a la reunión, coinciden: el autor se olvida pronto de la novela y su género. Visto el cuidado que presta a la trama novelesca, se deduce otra intención. Y por tanto, para escribir sobre China, a qué atarearse en esta fórmula literaria.

China en primer plano -Bloque Temático 2-, alfa y omega del texto. Hostigar las conciencias como objetivo.

Unas veces los asistentes contaban con la acción narrativa para sus comentarios. Así, el viaje de las dos amigas a China, panorama desalentador: contraste del mito de juventud rebelde y occidental con la realidad que palpan, el mito de Mao, ¿esquinado?, frente a penurias y esclavitudes. O el referido neocolonialismo en África: interesan sus tierras, hacia donde canalizar la supervivencia para miles y miles de campesinos chinos. No importan los regímenes existentes allí, las autoridades chinas respetan las dictaduras.

Pero otras veces las intervenciones sobrepasaban batientes. En conexión con lo anterior, recordaban la actual explotación de materias primas en África por parte de China. O asistentes informados daban cuenta de la existencia de dos Chinas: la del este, clase emergente que imita a Occidente en vida y riqueza, y la del oeste, miles de millones que viven en la miseria y que ven cómo viven los del este. O se auguraban graves conflictos cuando las clases medias de aquel país comiencen a reclamar derechos. O se sacaba a la palestra los abusos de nuestros propios empresarios en las condiciones laborales de los chinos. O se concluía en los imponderables de la globalización: nada sin este país inmenso.

Seguramente, si el autor de esta novela hubiera presenciado el debate de la sesión, habría satisfecho al menos sus aspiraciones críticas. Pero a lo mejor tampoco habría sabido justificar qué pintaba la enigmática cinta roja en toda la historia.

Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

sábado, 2 de enero de 2016

Reseña de la sesión dedicada a EL DIOS DE LA PEQUEÑAS COSAS de Arundhati Roy


         Los efectos beneficiosos de un Club de Lectura. Sesión de paradigmas: actitud convergente, disposición personal, instrumento percutor y onda expansiva.
            Quizás la intuición del moderador llegaría alertada, comenzó por una concesión capital: un libro denso, difícil. No, no se trataba de la clásica estrategia “do ut des” -al menos, no lo pareció-, sino de compartir una sensación. Convergencia de asentimiento en los rostros de los asistentes.
Pero enseguida se entró en materia: superados los primeros escollos de la lectura, las primeras reticencias o tentaciones de abandono, el esfuerzo había merecido la pena (incluso hubo algún fervor “enamorado” de la obra). La recompensa se habría ido fraguando a medida que avanzaba la lectura y culminaría en su final: una hermosa historia, como un conclusivo y relajado suspiro de complacencia.
            Por ahí llegarían parabienes, un acierto someter esta novela al criterio del grupo. A juicio de los asistentes, muy apropiada para Club de Lectura. El compromiso de confrontar análisis en la correspondiente reunión coadyuvaba a vencer la dificultad aludida –quizás un lector autónomo sea más proclive a relegar el libro si de principio alabea su atractivo.
Con todo, la disposición personal adoleció de coincidencia en este caso. En el pliego de alegaciones, falta de tiempo para traer leído el libro a la cita, atasco infranqueable en algún pasaje o postura preventiva ante el título mismo.
Y sin embargo, el título en sí levantó adhesiones, si bien como apunte, porque primaba descodificar sus vínculos con el relato. Particularmente, `las pequeñas cosas´. Se aportaron posibilidades, en ningún caso excluyentes: los sueños de algunos personajes, los pequeños detalles con los que convivimos, la sensibilidad erótica del encuentro amoroso, la  mariposa cuyo aleteo furtivo o exultante o cabizbajo o trémulo encarna el ánimo de Rahel. O acaso vinieran marcadas, remarcadas, por las expresiones con iniciales mayúsculas que proliferan a lo largo del texto.
            Arreciaba el simbolismo. De la mano de un lenguaje exacerbadamente polisémico. Tan a cada paso que despertaría cautelas sin fin en algún que otro asistente, ¿qué quiere decir con esto?, ¿y con esto?, ¿y con esto? Un exceso, sin duda, manifestado sólo con intención gráfica, pero sintomático.
            El tema, los temas acechaban a la vuelta de cada página. De entre ellos, los sustentados en las frecuentes aunque veladas referencias a El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad (novela de particular resonancia en el tamiz de esta tertulia): los efectos perversos de la colonización, el horror que regurgita ante el maltrato de la policía o el aniquilamiento sicológico de un niño.
            Había más, temas universales como la ternura, la posición de la mujer, el intimismo, un inusual cálido flujo de interacción entre hermanos y -cómo no- el amor. El amor “de principio y de fin”, en denominación que prosperó en la tertulia, y que, sin pudores ni complejos, se asoció a mitos literarios del calibre de Romeo y Julieta o Calisto y Melibea.
Y la tensión como clave del argumento. El desarrollo de la acción dramática, un todo en conflicto, en el límite de la tragedia, y de la zozobra de algunos contertulios en determinados episodios. Pero sin menguar la espita: las controvertidas relaciones familiares, los crónicos condicionamientos sociales, los arraigados cánones de la fábrica. La sociedad india de la época, y en contraste descorazonador, a modo de arcadia feliz, lo inglés.
Por ahí pululan o malviven o sobreviven o rebeldean o desfallecen personajes de muy distinto calibre -valga la reiteración- (de nombres muy ajenos a nuestra cultura y a nuestra fonética, dicho sea de paso; con necesidad para alguien de anotaciones que recordaran la autoría de las intervenciones). Mosaico dentro de un marco revelador: el mundo de los niños versus el de los adultos, cada cual con sus propios conflictos, pero también con pasarelas de intercomunicación.
            Todo un mundo narrado con un estilo singular, que sitúa a los asistentes entre el desconcierto por la estructura y la fascinación por el lenguaje. Lo uno porque el recurso del flashback, de presencia sistemática en la novela, aun ponderado, a veces abruma. Aquí se vuelve el foco a la autora: desconocida hasta esta su primera obra, pero con anteriores trabajos en el cine (según información aportada a la reunión). Se explica, pues, la arquitectura de película del desarrollo narrativo, ¿se justifica también?
            Pero en cuanto al lenguaje, unanimidad. Su abundancia polisémica -ya indicada-, su intensidad descriptiva, esa expresión novedosa y tan rica que transita (paralelismos, énfasis…) de la prosa a la prosa poética y de esta a la poesía misma, lenguaje sugerente por excelencia. Tal calidad se percibía que incluso se elogió el trabajo del traductor de la obra al español.
Cuando la sesión concluía, ratificación: libro sin encanto si desfalleces y lo abandonas a mitad de camino; pero si llegas al final, gratificante, “maravilloso” (en el decir de algún contertulio). Los prolíficos comentarios desgranados a lo largo de la reunión así lo aseveraban, e incidían en que obra tan rica merecía el sabor de una nueva lectura. El instrumento percutor.
            Algún que otro de los presentes que, aun sin haberla leído o abandonado en la página insuperable, asistieron expectantes, se conjuraron conversos ante los demás para leerla hasta su conclusión. Onda expansiva.


Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.