jueves, 31 de marzo de 2016

Reseña de la sesión dedicada a ANATOMÍA DE UN INSTANTE de Javier Cercas

          Es tres el número mágico de la sesión. Tres cuerdas vibrando al pulso de la emoción, la evocación y la contención -tres sustantivos machacones, rotundos, nobles-. Se repartieron un fascinante y espontáneo juego de tonos sin interferencias ni perjuicios, la partitura venía consolidada de años atrás, exactamente treinta y cinco. Tan exactamente que la reunión se celebraba por los mismos minutos de la tarde en que resonó por entonces en el Congreso aquella voz de caverna y aguardiente. El comentario no se resistió: ¿casualidades?, ¿morbo programador de lecturas?, ¿o acierto?
            El moderador, previsor él, inició la reunión con recuerdo preventivo: el respeto en el uso de la palabra y el no abuso en los turnos de intervención. De modo que mesura, por favor. Nota de afinación y comenzamos.
            Enseguida una cuestión de esas que se introducen como inevitables, cual descarte, pero cuya formulación desprendía cierto cariz sibilino: similitudes y contrastes entre la política actual y la de entonces. Un balbuceo, un trastabilleo de intenciones, algún comentario propenso pero indeciso. La respuesta quedó en el éter de la reunión. Contención -seguro que tiene su explicación.
            Bien es verdad que fascinaba y aunaba sobremanera el hecho histórico, tanto que costaba diferenciarlo de las vivencias personales. Para estos contertulios, visualizar en el texto un tiempo que viviste, en el que compartiste protagonismo con los mitos de la transición, tu peripecia vital de aquel instante… (qué hacías tú aquella tarde de hace treinta y cinco años, dónde estabas, con quién). Evocación. Suspiro de complacencia por pertenecer a este Club de Lectura -ha ocurrido en ocasiones anteriores-: propone libros que a lo peor no te habrían llegado, y cuyo análisis no habrías podido compartir.
            Pero en cuanto al género como tal, un ligero chequeo. Se tomó nota de la renuncia expresa del autor a integrar el acontecimiento en una novela. Al respecto, sí se antojó llamativo que el libro comenzara por el “Epílogo de una novela”, y que adoptara estructura circular. Asimismo, se situó la obra en el híbrido crónica-ensayo. A partir de estas premisas, mayor aprecio mereció el estilo, en lo descriptivo y en lo narrativo, directo, amable, cercano. Narrativa maravillosa, en el decir de algún asistente.
            Con semejante aval, compareció en la tertulia la caja de resonancia de sus vibraciones, lo que el autor denomina “la placenta del golpe”. Expresión tan ponderada como ajustada al ambiente sociopolítico de la época. Evocación de nuevo. Y unanimidad en que el autor efectúa una autopsia del golpe mediante su inmersión en los protagonistas.
            Javier Cercas, escritor de reconocido prestigio (se citan su novela Soldados de Salamina y sus trabajos de columnista), con esta obra pulsa también la cuerda de la emoción. Adoro a Cercas, se llega a proclamar. No era para menos en el sentir general: conjugar objetividad en la descripción de hechos con desvelar sus vivencias, sus sentimientos sobre los mismos, y hozar los de los propios lectores, lo dota de categoría humana por encima de su haber literario.
            Así, no escapa a la reunión su leitmotiv -como otro personaje más aparecerá y desaparecerá en la obra y durante la sesión-: poner orden en la relación con su padre. Éste, en las discusiones con el hijo justificaba las actuaciones de Suárez “porque era como nosotros”. Al cierre del libro, las reflexiones que el hijo ha ido desgranando lo llevarán a entender a Suárez y por ende a su padre. Para los contertulios, el sentido último: el hijo que llega a comprender al padre.
            He aquí el esfuerzo, encomiable en el ánimo de los asistentes, para acometer la Anatomía de un instante y atreverse con los personajes que lo protagonizaron. Humanos, claro, y como tales, con sus egoísmos, intereses propios, más alguna que otra salvedad.
            Tres eran tres -el número mágico de la sesión-, en grupo y por parejas de antagonismo. Los tertulianos se sumaban al juego y argumentación del autor: Armada, Milans y Tejero versus Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo. Y además emparejados en el versus (por el orden indicado). Un ejercicio de contrarios cuyo germen sitúa Cercas en las biografías, condicionantes de la trayectoria de cada cual, ¿pero hasta el punto de traicionarla?
Emoción y evocación vibraban al unísono cuantas veces las intervenciones acudían a los héroes. Pues sí, Suárez fue traidor al Régimen, Gutiérrez Mellado a la ideología de los militares de entonces, Carrillo al leninismo. En definitiva, traidores cada uno a su trayectoria. La paradoja no se hizo esperar: héroes de la traición. En donde el término `traidor´ (literario aquí, evidente) debe interpretarse en relación con la ética política. Bullía el ritmo y se añadió otra acepción: héroes de la retirada; en cuanto que si héroe de la retirada, también lo eres de la traición.
Complejidad en el ánimo de los presentes y en la perspectiva de los hechos, en el pulso de aquellos tres contra la asonada. Porque tenían miedo fueron valientes, más allá de la razón de cada uno para no tirarse al suelo frente al estruendo de las balas. Les importaba el país, también sus intereses personales; pero… no tirarse al suelo… podía significarles la muerte. La tertulia se solidariza en un único acorde: valientes en toda la extensión del término.
Suárez el primero. Por eso no terminaban de convencer las obstinadas desinencias del autor (mindundi, chisgarabís…). Aunque se comprendían fruto de la observación: Cercas habla desde fuera, dice lo que dicen los demás. Pero también cupo la sospecha sobre tanta persistencia en la descalificación personal y política de Suárez, acaso pretendiera a la postre el efecto contrario.
Por ahí llegaría a la tertulia la clave intelectual del libro: Suárez, los condicionantes de sus orígenes, superarlos con su actitud ante el golpe, legitimarse, legitimar sus convicciones democráticas. Ese afán por la legitimidad (que no es sino el reconocimiento de los demás) dota al libro de enorme dimensión moral. Y revela un contrapunto: la moral bíblica, de los dioses, frente a la moral de los hombres (éstos se enmarañan en dilemas, los dioses no). En este pasaje se aludió a la denominada ética de la responsabilidad (Max Weber): tolerancia, ceder. Y particularmente a los paralelismos que establece el autor con la película de Rossellini: lo positivo de los cambios, cuidado con el manido y peligroso `yo siempre pienso lo mismo´. Evolución es la palabra. El autor somete la evolución personal de sus opiniones al criterio de los lectores, y los emplaza a la misma actitud. ¿Qué respuesta va a recibir de este grupo con experiencias mil en sus alforjas?
Así pues, el rasgueo de tres cuerdas al son de tres sustantivos: contención en contraponer aquel entonces y el ahora (¿evitar controversias?), intensa evocación de un tiempo vivido y emoción en su análisis.
Y un colofón inédito de la sesión: el aplauso final de los tertulianos, como una liberación de adrenalina, como de redención, como de reencuentro, como de haber alcanzando treinta y cinco años después y con la lectura de este libro la legitimidad, como Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo -o esa era mi impresión-. O como un entendimiento postrero, póstumo para algunos, con nuestros padres.

Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.