Es tres el número mágico de
la sesión. Tres cuerdas vibrando al pulso de la emoción, la evocación y la
contención -tres sustantivos machacones, rotundos, nobles-. Se repartieron un
fascinante y espontáneo juego de tonos sin interferencias ni perjuicios, la
partitura venía consolidada de años atrás, exactamente treinta y cinco. Tan
exactamente que la reunión se celebraba por los mismos minutos de la tarde en
que resonó por entonces en el Congreso aquella voz de caverna y aguardiente. El
comentario no se resistió: ¿casualidades?, ¿morbo programador de lecturas?, ¿o
acierto?
El moderador, previsor él, inició la reunión con recuerdo
preventivo: el respeto en el uso de la palabra y el no abuso en los turnos de
intervención. De modo que mesura, por favor. Nota de afinación y comenzamos.
Enseguida
una cuestión de esas que se introducen como inevitables, cual descarte, pero cuya
formulación desprendía cierto cariz sibilino: similitudes y contrastes entre la
política actual y la de entonces. Un balbuceo, un trastabilleo de intenciones,
algún comentario propenso pero indeciso. La respuesta quedó en el éter de la
reunión. Contención -seguro que tiene su explicación.
Bien es verdad que fascinaba y aunaba sobremanera el
hecho histórico, tanto que costaba diferenciarlo de las vivencias personales. Para
estos contertulios, visualizar en el texto un tiempo que viviste, en el que
compartiste protagonismo con los mitos de la transición, tu peripecia vital de
aquel instante… (qué hacías tú
aquella tarde de hace treinta y cinco años, dónde estabas, con quién). Evocación.
Suspiro de complacencia por pertenecer a este Club de Lectura -ha ocurrido en
ocasiones anteriores-: propone libros que a lo peor no te habrían llegado, y
cuyo análisis no habrías podido compartir.
Pero en cuanto al género como tal, un ligero chequeo. Se
tomó nota de la renuncia expresa del autor a integrar el acontecimiento en una
novela. Al respecto, sí se antojó llamativo que el libro comenzara por el
“Epílogo de una novela”, y que adoptara estructura circular. Asimismo, se situó
la obra en el híbrido crónica-ensayo. A partir de estas premisas, mayor aprecio
mereció el estilo, en lo descriptivo y en lo narrativo, directo, amable,
cercano. Narrativa maravillosa, en el decir de algún asistente.
Con semejante aval, compareció en la tertulia la caja de
resonancia de sus vibraciones, lo que el autor denomina “la placenta del
golpe”. Expresión tan ponderada como ajustada al ambiente sociopolítico de la
época. Evocación de nuevo. Y unanimidad en que el autor efectúa una autopsia
del golpe mediante su inmersión en los protagonistas.
Javier Cercas, escritor de reconocido prestigio (se citan
su novela Soldados de Salamina y sus
trabajos de columnista), con esta obra pulsa también la cuerda de la emoción. Adoro
a Cercas, se llega a proclamar. No era para menos en el sentir general:
conjugar objetividad en la descripción de hechos con desvelar sus vivencias, sus
sentimientos sobre los mismos, y hozar los de los propios lectores, lo dota de
categoría humana por encima de su haber literario.
Así, no escapa a la reunión su leitmotiv -como otro
personaje más aparecerá y desaparecerá en la obra y durante la sesión-: poner
orden en la relación con su padre. Éste, en las discusiones con el hijo
justificaba las actuaciones de Suárez “porque era como nosotros”. Al cierre del
libro, las reflexiones que el hijo ha ido desgranando lo llevarán a entender a
Suárez y por ende a su padre. Para los contertulios, el sentido último: el hijo
que llega a comprender al padre.
He aquí el esfuerzo, encomiable en el ánimo de los
asistentes, para acometer la Anatomía de
un instante y atreverse con los personajes que lo protagonizaron. Humanos,
claro, y como tales, con sus egoísmos, intereses propios, más alguna que otra
salvedad.
Tres eran tres -el número mágico de la sesión-, en grupo
y por parejas de antagonismo. Los tertulianos se sumaban al juego y
argumentación del autor: Armada, Milans y Tejero versus Suárez, Gutiérrez
Mellado y Carrillo. Y además emparejados en el versus (por el orden indicado). Un
ejercicio de contrarios cuyo germen sitúa Cercas en las biografías,
condicionantes de la trayectoria de cada cual, ¿pero hasta el punto de
traicionarla?
Emoción
y evocación vibraban al unísono cuantas veces las intervenciones acudían a los
héroes. Pues sí, Suárez fue traidor al Régimen, Gutiérrez Mellado a la
ideología de los militares de entonces, Carrillo al leninismo. En definitiva,
traidores cada uno a su trayectoria. La paradoja no se hizo esperar: héroes de
la traición. En donde el término `traidor´ (literario aquí, evidente) debe
interpretarse en relación con la ética política. Bullía el ritmo y se añadió otra acepción: héroes de
la retirada; en cuanto que si héroe de la retirada, también lo eres de la
traición.
Complejidad
en el ánimo de los presentes y en la perspectiva de los hechos, en el pulso de
aquellos tres contra la asonada. Porque tenían miedo fueron valientes, más allá
de la razón de cada uno para no tirarse al suelo frente al estruendo de las
balas. Les importaba el país, también sus intereses personales; pero… no
tirarse al suelo… podía significarles la muerte. La tertulia se solidariza en
un único acorde: valientes en toda la extensión del término.
Suárez
el primero. Por eso no terminaban de convencer las obstinadas desinencias del
autor (mindundi, chisgarabís…). Aunque se comprendían fruto de la observación:
Cercas habla desde fuera, dice lo que dicen los demás. Pero también cupo la
sospecha sobre tanta persistencia en la descalificación personal y política de
Suárez, acaso pretendiera a la postre el efecto contrario.
Por
ahí llegaría a la tertulia la clave intelectual del libro: Suárez, los
condicionantes de sus orígenes, superarlos con su actitud ante el golpe,
legitimarse, legitimar sus convicciones democráticas. Ese afán por la
legitimidad (que no es sino el reconocimiento de los demás) dota al libro de enorme
dimensión moral. Y revela un contrapunto: la moral bíblica, de los dioses,
frente a la moral de los hombres (éstos se enmarañan en dilemas, los dioses
no). En este pasaje se aludió a la denominada ética de la responsabilidad (Max
Weber): tolerancia, ceder. Y particularmente a los paralelismos que establece
el autor con la película de Rossellini: lo positivo de los cambios, cuidado con
el manido y peligroso `yo siempre pienso lo mismo´. Evolución es la palabra. El
autor somete la evolución personal de sus opiniones al criterio de los
lectores, y los emplaza a la misma actitud. ¿Qué respuesta va a recibir de este
grupo con experiencias mil en sus alforjas?
Así
pues, el rasgueo de tres cuerdas al son de tres sustantivos: contención en
contraponer aquel entonces y el ahora (¿evitar controversias?), intensa
evocación de un tiempo vivido y emoción en su análisis.
Y un
colofón inédito de la sesión: el aplauso final de los tertulianos, como una liberación
de adrenalina, como de redención, como de reencuentro, como de haber alcanzando
treinta y cinco años después y con la lectura de este libro la legitimidad,
como Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo -o esa era mi impresión-. O como un
entendimiento postrero, póstumo para algunos, con nuestros padres.
Fdo.:
Ricardo Santofimia Muñoz.