Un libro especial para una
sesión sustanciosa pero a párrafos, a bucles, consistente pero deslavazada, sensata
pero como nerviosa, con irrupciones e interrupciones manifiestamente evitables,
¿más algo de hojarasca sobrante?
Ya cuando la moderadora iniciaba su propuesta-marco con
un `cuesta entrar en la novela´, costó, sí, pero entrar en la sesión. Primera
interrupción: algo de norma de biblioteca municipal sobre entrega y recogida
de libros.
Superado el escollo, la intervención sugirió canales para
la valoración crítica (con alguna que otra cuña-calzador espontánea). Uno, la
carga reflexiva del texto, con su casi extenuante presencia de frases muy
significativas, de donde inferir, por ejemplo, la facultad de manipularnos a
nosotros mismos para eludir la vida real. Y de lo particular a lo general:
libro para volver a leer, recuperar buena parte de sus mensajes y hurgar en
ellos. Dos, los personajes, sombra y desconcierto: no se encuentran a sí
mismos, salvo el japonés posiblemente, lo que orienta el foco a… Tres, la autora:
toma partido por los inteligentes, menosprecia a los torpes excepto a la amiga.
Ahh,
la autora, a lo largo de la novela pone en valor todo su acervo cultural y,
quizás por ello, destila una ironía ácida. Otra interrupción: alguien, en
vez de hacer mutis por la puerta, anuncia su necesidad de ausentarse, saludos y
nada, nada, no te preocupes.
Con
el corte, un giro en el debate: ¿verdaderamente La elegancia del erizo es una novela?, ¿o un ensayo?, ¿o mezcla de
ambos? Instante en suspenso. Quien lo planteaba hacía ojitos de pregunta
retórica, pero aventó dudas, y se orearon, más sin orden que concierto: las
familias de Grenelle 7, su historia, el argumento, pretexto para las
disertaciones de la escritora. ¿Sobre qué temas?: la salvación por el arte; o
crítica a la burguesía; o cuestionamiento de los postulados de la revolución
francesa, para lo que fragua dos grupos bien diferenciados hasta que, sin
embargo, interactúan personajes de uno y otro.
Así,
los personajes a debate -dieron tanto que hablar-. En una primera aproximación,
adultos versus jóvenes, se interpretaba: los adultos, cuando descubren al fin
el sentido de la vida, engañan a los hijos, y así sucesivamente. O al menos lo
intentan, precisa otro apunte, porque las reflexiones y actitudes del personaje
de la niña tienen más sentido que la lógica de los adultos. Encuentros y desencuentros
al servicio, según la tertulia, de una novela filosófica con jugoso sentido del
humor, donde los personajes se salvan por el arte y la amistad.
Se
coge al vuelo el hilo de la amistad para poner la lupa en el personaje de
Manuela: su detalle muy francés, siempre iba con un presente a sus charlas con
la portera. No hay irrupción que por bien no venga. Por fin, la portera en el bisturí
de la tertulia. Se suceden varios comentarios tipo torbellino: es un personaje
forzado, como la niña, como todos; se aísla, o la sociedad la encierra; los
porteros, como conocen la vida de su comunidad, creen conocer la de todos los
demás.
Cual
búsqueda de explicación quizás, se vuelve la vista hacia la autora. Nacida en
Casablanca, afincada en Francia, y poco más. Se especula con su impronta de
inmigrante como caldo de cultivo de una supuesta revancha antiburguesa, también
con sus gustos por la cultura japonesa evidenciados en la novela. Datos, más
datos, desenfunde de móviles, consultas a internet (¿hojarasca?) y una
información certera: nació en el 69.
Hay
acuerdo: volvamos al libro. Pero cierto atasco… cómo retomar… Sí, estooo… es
novela porque tiene desarrollo argumental…, pero en la película se aprecia
mejor que en la novela…, además, en la novela los personajes secundarios
aparecen bastante desdibujados…, causa impacto desde luego, pero la portera cae
fatal… Nuevos minutos para situar a la protagonista en el eje de la
controversia. No encaja su bagaje intelectual en la piel de un personaje
humilde en una colmena de poderosos; y además, su relación con el japonés se
antoja propia de melodrama.
Y
sin embargo, se replica, un libro con premio de la crítica y un millón de
ejemplares vendidos en tres meses... Y se abunda en bondades: los personajes,
muy caricaturizados, vale, pero coherentes. Aunque también se intenta
contemporizar: seguramente libro perfecto con cien páginas menos, los
escritores jóvenes tienden a verter en sus textos todos sus conocimientos.
Nueva interrupción: alguien pide que se le entregue ya el próximo libro de
lectura, un compromiso obliga su retirada inmediata de la tertulia.
Por este
lapso se coló una intervención que llevaba tiempo esperando. Comenzó por
percibir que la novela destila existencialismo. Catalogó a las protagonistas,
la portera y la niña, como personalidades paradójicas rayanas en el esperpento.
Redujo los personajes secundarios a simples instrumentos para construir un
mínimo argumento al servicio de las ideas. Y terminó por hacerse eco de cierta
animosidad: apabulla tanto nivel intelectual. Y otra interrupción más: unas
personas ajenas a la tertulia parecen decididas a entrar; pero, ah, perdón, nos
hemos equivocado de sala.
Sigamos.
En la recta final de la reunión, la trama y la autora. Ergo la novela tiene
trama. Y se justifica, más o menos así: la autora crea unos personajes, los
relaciona en una trama y `dice cosas´ (entiéndase, literariamente hablando),
algunas banales, genéricas, como el desprecio de la burguesía por los demás;
pero otras con sesudas y atractivas definiciones o calificaciones. Ah, y que no
se olvide, su interés por la cultura japonesa.
Aquí
se removió la tertulia como para dar por concluida la sesión. Pero un momento. Un
contertulio habitual, ausente hoy, se había tomado la molestia de transmitir
por escrito a los demás sus consideraciones sobre el libro. Aun a riesgo de
pósit sobrepuesto, procedía su atención: -en resumen- la novela evoca el mito
de Cenicienta y la filosofía epicúrea a través del conocimiento (más o menos).
¡Madre
mía! Ya digo, a párrafos, a bucles.
Ricardo
Santofimia Muñoz.